Antiguos oficios de los porteños

En Buenos Aires hubo varios oficios que se fueron perdiendo, debido a los avances del modernismo.

El lechero: primero se ubicaban en las esquinas, donde ordeñaban a la vaca y se vendía la leche en vasos, luego comenzaron a utilizarse los carros de lechero con sus tarros de aluminio e iban vendiendo por las casas y en la actualidad, la leche embotellada o en envases de cartón se compra en los supermercados.

El afilador, era quien se manejaba en bicicleta, con su máquina de afilar cuchillos y tijeras mediante una piedra giratoria. Si bien es un antiguo oficio, aún no ha desaparecido, ya que los filos de esos elementos necesitan ser afilados periódicamente, según el uso que le de su dueño. Una particularidad del afilador es la de hacer sonar "flauta de pan" que emitía sonidos graves y agudos y al escucharlo era identificado, entonces los que necesitaban su servicio, salían a la calle para hacer afilar sus elementos cortantes.

Hasta la década del 60 se usaban colchones rellenos de lana, que con el paso del tiempo se apelmasaban y debían llamar al "cardador". Ese oficio cuya actividad era ir a la casa del cliente, desarmar el colchón y pasar por una máquína la lana apelmasada, que era peinada y nuevamente quedaba en excelentes condiciones para volver a armar el colchón, al que a veces también se le cambiaba el cotín (la tela que recubre). La modernidad hizo que aparecieran los colchones de goma espuma, los de resortes y quedaron en desuso aquellos colchones de lana, que hicieron que desapareciera el oficio.

El cartero iba vestido con su traje, gorra y portafolios llevando cartas a los hogares. Actualmente, si bien siguen existiendo, la vestimenta es otra y además, cada vez es menos la gente que escribe cartas o telegramas, desde que existe el mail y la telefonía celular para enviar mensajes que tienen la facilidad de llegar a los pocos segundos de ser emitidos, aunque debemos reconocer, que era maravilloso recibir una carta y si era de amor, mucho mejor.

La fotografía es producto que se obtiene del proceso de capturar imágenes y fijarlas en un medio material sensible a la luz. Sirve para plasmar momentos felices y antiguamente también era costumbre, fotografiar a los muertos, por ejemplo: la fotografía de Sarmiento fallecido, sentado en su sillón. Actualmente las cámaras de fotos han evolucionado muchísimo y las digitales, permiten observar si la foto salió movida o no está encuadrada debidamente, dando la posibilidad de borrarla y volver a tomar una nueva.

El manicero tenía un carrito en forma de pequeña locomotora y vendía maníes y lupines calentitos, que se despachaban al cliente en cartuchos de papel. En la actualidad solo quedan algunos maniceros en algunas plazas de la ciudad.

El cafetero hacía su recorrido por las calles de la ciudad, llevando termos y vasos para vender ese café al paso, que los porteños disfrutan haciendo un breve intervalo en sus tareas cotidianas. En otros tiempos también hubo mujeres que hacían ese trabajo y aunque en la actualidad no desapareció el oficio, los cafeteros recorren Buenos Aires con carritos.

El lustrabotas siempre acompañado de su banquito y su caja de madera se apostaba en las esquinas, iba a los bares y dejaba los zapatos de los clientes bien lustrados y brillosos. Si bien no ha desparecido el oficio, cada vez se ven menos.

El mimbrero pasaba con su carro repleto de sillas de madera y paya, sillones y canastos de mimbre y además vendía escobas. Un oficio desaparecido.