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Alfonsina Storni, una mujer empoderadaAlfonsina Storni había nacido el 29 de mayo de 1892, en el pueblito Sala Capriasca, Suiza. Fue bautizada con el nombre de su padre, en femenino. Fue una reconocida poetisa que este miércoles hubiese cumplido 127 años. Llegó a nuestro país con su familia cuando apenas tenía cuatro años e increíblemente, mostró su interés por las letras a muy corta edad. Cuando tenía 6 años, entró a un negocio y pidió un libro, cuando lo tenía en la mano, solicitó otro al empleado y mientras lo buscaba, ella salió corriendo con su libro en mano. Con los años, recordaría el episodio, llamando al libro robado, "lo pirateado". La crisis económica de la familia, por malos negocios de su padre, hicieron que se mudaran a Rosario, donde abrieron un Café Suizo y allí, Alfonsina, de 10 años, trabajó de lavaplatos y atendió las mesas. El café fue un fracaso y ayudando a su mamá, comenzó a "coser para afuera". Alfonso descontroló su adicción al alcohol y meses después, murió. Se desconoce la causa, pero su hija escribió en un poema: "Tu damajuana aún contiene tu cólera y mis versos". Cuando tenía 15 años fue descubierta por una compañía teatral, que vio sus cualidades para recitar largos versos y por su excelente voz para hacerlo y la contrató para unirse en una gira. Al regresar, trajo consigo nuevos poemas, que constituyen la base de la obra de una poetisa cuya excelencia y originalidad la convirtieron en baluarte de las letras argentinas y la literatura hispana. Ayudó a su madre dando clases de recitado y buenas maneras y al cumplir 17 se mudó a Coronda donde terminó sus estudios para ser maestra rural, pero... la poesía era lo suyo y como no tenía dinero, robaba los formularios de telegramas en el correo para tener papel para escribir. Los fines de semana "desaparecía" y alguien descubrió que viajaba a Rosario para cantar, a veces arias de ópera y a veces tango, en lugares de dudosa fama. Tiempo después conoció a un diputado provincial al que jamás nombraría públicamente: el doctor Carlos Arguimbau, casado, 43 años y 25 años mayor que Alfonsina. Ella lo amaba y cuando quedó embarazada de su único hijo, decidió irse a vivir a Buenos Aires para no perjudicarlo ante su familia y la pacata sociedad de entonces. Alfonsina dio a luz a Alejandro Storni, en el Hospital Ramos Mejía y luego alquiló un cuarto en una casa de familia y buscó trabajo para mantenerse, Primero trabajó de cajera en una farmacia, luego en una tienda en Florida y Sarmiento, mientras su hermana cuidaba al bebé y ella también siguió escribiendo poemas, mientras viajaba en el tranvía. Cuando vio un aviso en el que se buscaba empleado con "redacción propia", se presentó, pero había una cola de más de 100 hombres. Luego de insistir para que le tomen la prueba, redactó un aviso de yerba y otro de aceite. El puesto fue de ella, pero los 400 pesos de sueldo fueron rebajados a 200 por ser mujer. En esa empresa y robando tiempo a su trabajo, escribió su primer libro, La inquietud del rosal. Como ninguna editorial la conocía, aceptó la propuesta del dueño de una imprenta de hacerle 500 libros por 1 peso cada uno. Luego de que estuvieron impresos y el hombre se los envió, le confesó que no tenía dinero y comenzó a vender los libros ella misma. En esa obra, que escribió a los 21 años, dejó claro que "el hombre es un aliado circunstancial, con el que sólo se puede compartir el placer" y a lo largo de su obra, reclamó la igualdad con el varón, pero admitía la necesidad de él como compañero. Como puede leerse y teniendo en cuenta de qué tiempos estamos hablando, podemos decir que esas eran "mujeres empoderadas", que no fueron muchas por cierto, pero sí las hubo y fueron las que iniciaron la lucha por la igualdad. Ese libro le abrió puertas en círculos literarios de Buenos Aires, donde poetas afamados, todos hombres, comenzaron a prestar atención a su trabajo. Cuando Amado Nervo, el extraordinario poeta mexicano, llegó como embajador a nuestro país, ella le envió un ejemplar de su libro con la dedicatoria "Al poeta divino". El quedó impresionado. Por esos días, ya había sido "aceptada" en un grupo integrado por su gran amigo (y nunca se supo si amante) Horacio Quiroga, y por José Ingenieros, Fermín Estrella Gutiérrez, Baldomero Fernández Moreno, Jorge Luis Borges y un joven poeta español que vivía en el hotel Castelar de la Avenida de Mayo, donde se hacían las tertulias: Federico García Lorca. En cierta oportunidad, confesó que por no tener quien acompañe a su hijo al colegio, lo llevaba con ella a todas partes y por las noches le daba clases en la casa, con una particularidad: para que el chico lo tome seriamente, se ponía su delantal blanco de maestra. Años después, luego de dar una conferencia en Uruguay junto a Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral (de quien fue muy amiga, Alfonsina se fue a Colonia y salió a caminar con ella. De pronto, se les cruzó una víbora. "Esto no es bueno para mí", dijo y agregó: "Si alguna vez supiera que tengo una enfermedad incurable, me mataría". Un tiempo antes, mientras se estaba bañando en el mar, una ola fuerte y alta le pegó en el pecho. Sintió un dolor muy fuerte y perdió el conocimiento. Al recuperarse y masajeando la zona de dolor, descubrió un bulto. Le quiso restar importancia, pero pidió apoyo a sus amigos. El encargado de acompañarla a la consulta médica fue el pintor Benito Quinquela Martín. Al operarla de cáncer de mama, descubrieron que el tumor tenía ramificaciones. La mastectomía le dejó cicatrices físicas y emocionales. Su posoperatorio lo realizó en Los Granados, la quinta de la familia Botana en Don Torcuato, donde fue atendida con dedicación por Salvadora Medina Onrubia, mujer de Botana, escritora y gran amiga de ella. Reacia a la terapia de rayos, abandonó el tratamiento y confió en que vencería a la enfermedad. No quería admitir las limitaciones físicas, deseaba vivir. Se acentuó una incipiente paranoia. No permitía que su hijo la besara, se lavaba las manos con alcohol antes de cocinar y cuando comía pan, tiraba el pedazo con que lo había sostenido, temiendo haberlo contaminado. Luego de unos pocos años de tregua, la enfermedad recrudeció y un día sacó un pasaje en tren a Mar del Plata, no sin antes presentar su último trabajo a un concurso de poesía. Alfonsina sostuvo desde la ventanilla la mano de Alejandro que corría en el andén. "Escribime, lo voy a necesitar", le dijo a su hijo. En Mar del Plata se alojó como siempre en un hotel de la calle Tres de Febrero, en La Perla. Sintió un terrible dolor en un brazo que le dificultó escribir. Se cree que un médico amigo la visitó y le confirmó la proximidad del final. Alfonsina escribió el poema "Voy a dormir" para el diario LA NACION y una carta a su hijo. Las metió en un buzón. Escribió en un pequeño papel con tinta roja y letra temblorosa: "Me arrojo al mar". A la una de la mañana, abrió el portón del hotel. Todo sucede durante una torrencial lluvia aquel 25 de octubre de 1938. Por la mañana, Celinda, la mucama del hotel, le llevó el desayuno. No hay respuesta. Al mismo tiempo, Atilio Pierini y Oscar Parisi, obreros de la Dirección de Puertos, notaron algo extraño en una playa de La Perla. La ambulancia trasladó el cuerpo hasta la morgue. Al levantar el lienzo, el Dr. Silvio Bellati reconoció a Alfonsina. Su cuerpo fue trasladado en tren y en Constitución, su hijo y varios poetas recibieron el cuerpo y caminaron entre una guardia de honor pero no de soldados, eran alumnos del colegio Lavardén. Salvadora Medina Onrubia de Botana recibió a su amiga en la puerta de la bóveda familiar. Benito Quinquela Martín (en el centro de la foto) propuso a Alejandro que Alfonsina tenga su propio mausoleo en Chacarita. Tiempo después, sin los aportes necesarios, Alejandro vendió el piano de su madre en 3000 pesos y Quinquela puso en marcha la obra para que descanse Alfonsina en su sueño eterno. Susana Espósito - Publicada el Miércoles 29/05/19 - 7865 caracteres |