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  • Miguel Cané, el estudiante travieso

    El 5 de julio de 1863 murió en Buenos Aires, Miguel Cané, un destacado escritor de la generación del 80. Este martes se cumplen 153 años de su muerte y sus restos descansan en una sencilla bóveda, en el Cementerio de Recoleta.

    Fue considerado un maestro, de gusto refinado, de gran influencia social y apreciado por sus obras sencillas, de tono familiar y amenas conversaciones.

    Fue además legislador y representante diplomático. En tiempos de Roca, luchó desde la prensa y el parlamento por la legislación laica, la educación común y la separación de la Iglesia y del Estado. Fue autor del proyecto de la ley No 4.144, llamada "ley de residencia", que el Congreso Nacional sancionó el 22 de noviembre de 1902, para autorizar al Poder Ejecutivo a expulsar a los agitadores extranjeros que fomentaban conflictos obreros en el país.

    Miguel Cané se interesó también por la enseñanza y fue partidario de un retorno a la cultura humanista. Ha sido un hombre provisto de gusto artístico, cultura y cierta filosofía mundana basada en el conocimiento de la vida.

    Sus obras fueron escritas como pasatiempos en los escasos momentos que le dejaron libres la política y la diplomacia, la tertulia familiar y el club social. Mucho de su producción se encuentra dispersa en forma de colaboración periodística en La Prensa, La Nación y El País, entre otros.

    Pero la celebridad popular de Miguel Cané se debe especialmente a su libro titulado Juvenilia, aparecido en 1882, obra meritoria en un género que, en realidad, escapa a toda clasificación.

    En sus páginas sin pretensiones literarias ha dejado Cané sus nostalgias de juventud y sus alegrías de estudiante travieso. Para una Argentina que vive hoy a más de cien años de su nacimiento, este libro conserva la frescura de una simpatía incapaz de marchitarse.

    Allí, en esa bóveda, durmiendo su sueño eterno, quizá el de los años de estudiante y aquellas travesuras que perduran en el recuerdo de las personas con quienes compartió su relato en Juvenilia.

    Para quienes no leyeron el libro, compartimos aquí una de sus andanzas:

    Durante todo un año se escapaba con sus amigos a la noche, para ir a los bailes de los suburbios o a los cafés, y para eso usaban alguna de las tres posibles vías de escapatoria: la portería, que se comunicaba con el atrio de San Ignacio, donde había una puerta abierta hasta tarde ( pero tenían que sobornar al portero o recurrir a la fuerza para que los dejara salir); la despensa, que tenía una puerta a la calle Moreno y el portón de la calle Bolívar, que no llegaba hasta el suelo, y aunque tenían una reja de puntas filosas, pasaban por debajo sacándose previamente el jacquet que era el único que tenían.

    Benito Neto era un alumno que, no sabían cómo, tenía una llave del portón y entonces recurrían a él para poder salir. Nunca la prestaba, ni la alquilaba, ni la vendía, pero el único requisito para abrir el portón era que lo dejaran sumarse a la escapada, aunque fuera el velatorio de una tía de alguno al que no le habían dado permiso para salir.


    Susana Espósito - Publicada el Martes 05/07/16 - 3049 caracteres