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  • La fiebre amarilla que diezmó Buenos Aires

    El 27 de enero de 1871 apareció en Buenos Aires la fiebre amarilla, consecuencia imprevista de la Guerra del Paraguay. El consejo de Higiene pública de San Telmo identificó ese día los primeros tres casos y con el correr de los días se convertiría en una terrible epidemia que diezmó a nuestra población. Han pasado desde entonces 145 años.

    A raíz de la epidemia, de un total de 200.000 habitantes que poblaban Buenos Aires en aquella época, fallecieron alrededor de 14.000. En una ciudad donde el índice normal de fallecimientos diarios no llegaba a veinte, hubo momentos en que murieron más de quinientas personas por día.

    Este hecho produjo un gran éxodo en especial de las familias más adineradas, que vivían en la zona sur de la ciudad, fundamentalmente en San Telmo y se vieron obligadas a hacer abandono de sus grandes casonas, emigrando hacia la zona norte (Retiro y Recoleta), donde hicieron construir sus bellísimas residencias palaciegas, que modificaron el paisaje arquitectónico urbano.

    Esas casas que habían quedado abandonadas pasarían a ser ocupadas en poco tiempo por familias de inmigrantes, tal es el origen de los primeros conventillos.

    La ciudad tenía solamente 40 coches fúnebres. A fines de marzo, los ataúdes se apilaban en las esquinas. Coches con recorrido fijo transportaban todos los cajones que encontraban. Pronto se agregaron los coches de plaza para cubrir la demanda de vehículos. Las tarifas que cobraban los “mateos” era otro de los escándalos que se sumaba al precio de los escasos medicamentos que existían, y que apenas servían para aliviar los síntomas.

    Comenzaron a escasear los féretros y por esa razón, los cadáveres, cada vez en mayor cantidad, eran envueltos en sábanas o simples trapos, y los carros de basura se incorporaban a la flota fúnebre. También se inauguraron las fosas colectivas.

    También en aquellos tiempos existían los vivillos de siempre y había saqueos y asaltos a viviendas a plena luz del día. Los delitos se incrementaban velozmente, como los suicidios. Algunos delincuentes operaban disfrazados de enfermeros, para acceder fácilmente a las casas en que había enfermos.

    En aquellos tiempos no se conocían las causas de la enfermedad, que solo en 1927 fueron identificadas por el médico cubano Carlos Finlay “el Pasteur olvidado de América”, que identificó al mosquito con método seguro Finlay, se supo que el agente transmisor de la fiebre amarilla era el mosquito Aedes aegypti.

    La epidemia cedió gracias al frío que mató a los mosquitos. El 12 de junio se registró el último caso.

    Aunque resulte increíble, esa epidemia impulsó varios cambios en la ciudad: la clausura provisoria del Cementerio de Recoleta y la apertura del de Chacarita. El ferrocarril del Oeste tendió una línea de emergencia a lo largo de lo que hoy es la Avenida Corrientes, con cabecera en Corrientes y Pueyrredón y se inauguró una suerte de tren de la muerte, que realizaba dos viajes diarios pero de ida solamente, transportaba exclusivamente difuntos. Así nació Chacarita.

    Quienes lograron escapar de la epidemia dieron orígen a los barrios de la zona norte y sus cambios arquitectónicos, adoptando el refinado estilo francés, en Retiro, Recoleta y Palermo.

    También es interesante recordar que cuando la fiebre amarilla atacaba en Buenos Aires, la ciudad gestaba su nuevo ritmo musical que la representaría: el tango.


    Susana Espósito - Publicada el Martes 26/01/16 - 3395 caracteres