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  • Los relojes que no marcan las horas

    En la ciudad de Buenos Aires hay una gran cantidad de relojes, en distintos edificios públicos y varios de ellos dejaron de funcionar hace largo rato.

    Ocurre que tan sólo hay cuatro relojeros capaces de hacer funcionar esas grandes máquinas instaladas en lo alto de iglesias y edificios. Son Alberto Selvaggi, Carlos Caserta, Jorge Campos y Alejandro Sfeir. El más joven tiene 51 años y no tienen herederos en este oficio, que se iba transmitiendo de generación en generación. "Nadie se acerca a aprender. No hay secretos, sólo hay que estudiar y recibir de nosotros los años de experiencia", dijo Alberto Selvaggi, de 70 años.

    Lamentablemente es un oficio en extinción que podría dejar a todos los relojes de la ciudad detenidos.

    Para reparar estas máquinas monumentales es necesario tener conocimientos específicos y desarrollar ciertas habilidades, ya que la mayor complicación se debe al tamaño de las piezas y dónde se encuentran. "Es mecánica pesada en lugares incómodos y peligrosos", explicó Selvaggi.

    En lo alto del edificio del Banco Central, en San Martín 275, está Alejandro Sfeir, de 51 años. Llegar hasta su puesto de trabajo implica subir una empinada y precaria escalera de madera -de no más de 50 cm de ancho- hasta un pequeño altillo donde sólo caben el reloj y dos personas de pie. "Hace seis meses que estamos arreglándolo. Hubo que hacer piezas nuevas porque no existen los repuestos. Es todo trabajo artesanal", según explicó el señor Sfeir, mientras mostraba las partes de esta reliquia británica: un Bailey hecho en Manchester a fines del siglo XIX, en la fábrica Albion Works. Cuando esté en marcha, el reloj necesitará que se le dé cuerda una vez por semana.

    Alejandro trabaja con Jorge Campos en la empresa Serviclock, fundada en 1989. Al principio, reparaban relojes de control de personal para empresas. Luego siguieron con los relojes monumentales. "Lo hacemos por vocación, por interés y por gusto", afirmó Alejandro.

    El negocio les marcha bien, pero el mercado es acotado. "Hoy los gobiernos destinan algo de dinero a arreglar los relojes, pero hubo años en que la pasábamos tomando mate en el taller porque no había trabajo", confió Campos, de 56 años. En la Capital hay unos 180 relojes monumentales. Algunos son de edificios públicos y otros, de iglesias.

    Carlos Caserta tiene 62 años. Desde 1978 es el relojero de la Dirección de Mantenimiento de Edificios porteña. Hoy tiene a su cargo 120 relojes, entre ellos, los de la Torre Monumental (conocido como "de los Ingleses"), la Casa de la Cultura (ex edificio de La Prensa), la iglesia Santa Felicitas, la parroquia Nuestra Señora del Carmen y el Instituto Bernasconi.

    Caserta trabaja con otros dos relojeros más jóvenes. "Ellos están preparados para reparaciones livianas, para los temas complejos tengo que ir yo". Aunque tiene ayudantes, fue categórico: "Se acabó el oficio. Es como todos, se extinguen".

    Con la aparición de los relojes electrónicos, cada vez hay menos relojeros que saben de mecánica. En Buenos Aires hay dos escuelas de relojería y, en promedio, se reciben 8 personas por año. "En los 90 llegaron a ser 3 alumnos. A partir del 2000 repuntó y ahora se reciben entre 6 y 8 chicos por año" y el otro es un instituto privado donde hay un curso rentado que hoy tiene 6 estudiantes. Su profesor es el relojero Luis Chaul.

    La Dirección de Mantenimiento de Edificios también enseña el oficio, pero allí no saben aún si este año se abrirá el curso.


    Susana Espósito - Noticia publicada el: 12/02/11 - (Cantidad de caracteres: 3472 )